Ayer, tras comer con nuestros compañeros de trabajo decidimos darnos un
paseo por la ciudad de Roma. Éramos conscientes del calor que hacía, pero como
uno no puede ser dueño del tiempo y, agradeciendo que por el momento no habían
nubes a la vista, echamos a andar hasta Piazza Venezia. Pasamos por delante de
dos templos magníficos (Il Gesù y Sant’Andrea della Valle), pero a esas horas
de la tarde, los sacristanes estarían comiendo o echándose una pequeña siestecita.
Desde ahí pusimos rumbo a la Piazza Navona, que por un momento vimos
totalmente diferente al domingo. El otro día, al estar empezando a llover había
muchísima menos gente, era mucho más encantadora. Ayer, a esas horas y con
todos los retratistas en el centro de la plaza, tenía otro ambiente mucho más
agobiante. Como la fuente en la que teníamos pensado llenar nuestra botella
estaba “abarrotá” decidimos irnos con la música a otra parte. Por callejuelas
dimos con un museo que parecía interesante, pero no llevábamos suficiente
dinero como para comprar dos entradas. “Lo
dejaremos para otro día”, dijimos los dos, total, estamos tres meses
aquí y como tenemos que esperar visitas, preferimos pagar una vez en vez de
dos. Por la ribera del río, con el paraguas abierto a modo de sombrilla y con
el abanico trabajando más que en toda su vida, divisamos el edificio que
albergaba el Ara Pacis de Augusto, un monumento dedicado a la paz imperial y
que conserva toda su magia. Sobra decir que también lo vimos desde fuera, al igual
que el Mausoleo de dicho emperador; unos porque cobraban entrada y otros porque
estaban cerrados a cal y canto.
Lo de no llevar dinero encima no fue culpa nuestra, lo hicimos por una
buena causa, dejando una señal en el hotel donde se hospedarán este agosto unas
amigas españolas. Así, incautos e ingénuos de nosotros, no caímos en la cuenta
de echarnos en la cartera algún que otro billete. Y si en un principio teníamos
pensado volver a casa en bus o en metro necestaríamos por lo menos un euro para
poder hacer el trayecto. Es por eso que ayer sólo entramos a lugares que no
requerían entrada para visitarlos, no es que seamos unos agarrados (ejem, ejem...).
Tras dar varias vueltas por las inmediaciones del Ara Pacis dimos con la
Piazza del Popolo, un lugar grandísimo, con bastante gente y mucho ambiente. Necesitábamos
descansar un poco en la sombra, sólo a dos locos como nosotros se les ocurre
dar un largo paseo, a las tres de la tarde, con pantalón oscuro y en sandalias.
Tras sentarnos en un banco a la sombra y distraernos con la gente y los
vendedores de rosas de la plaza y, sobre todo, descansar, reiniciamos nuestro
camino por Via del Corso. Entre iglesias y tiendas llegamos finalmente a la
Piazza di Spagna, con sol – a la tercera va la vencida – y entre turistas con
botellas de agua y helados. La boca se nos hacía agua, pero debíamos hacer una
cosa antes, se lo debíamos a nuestra profesora de Arte del Siglo XVIII. Ella nos
dijo que la mayoría de la gente que acudía a esta famosa plaza, se hace la
típica foto en los primeros escalones y ni se dignan en pensar que pueden subir
hasta lo alto. Nosotros sí lo hicimos, y la verdad es que mereció la pena, porque
las vistas desde ese lugar son impresionantes. Entramos a Santa Trinità dei
Monti, ya que estábamos allí, por unos cuantos escalones más no íbamos a morir.
Descubrimos una recoleta iglesia, con capillas recubierts por completo de
frescos renacentistas, de artistas italianos, franceses y españoles para nuestra
sorpresa. Desde la cúspide de la escalinata y por Via Sistina emprendimos la
vuelta a casa, molidos y con los pies destrozados. Afortunadamente esa tarde no
nos llovió, o eso creíamos, ya que al llegar a casa y cuando íbamos al
supermercado empezó a llover, ya no creo que os sorprenda.
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