jueves, 11 de julio de 2013

Día agotador

Ayer, tras comer con nuestros compañeros de trabajo decidimos darnos un paseo por la ciudad de Roma. Éramos conscientes del calor que hacía, pero como uno no puede ser dueño del tiempo y, agradeciendo que por el momento no habían nubes a la vista, echamos a andar hasta Piazza Venezia. Pasamos por delante de dos templos magníficos (Il Gesù y Sant’Andrea della Valle), pero a esas horas de la tarde, los sacristanes estarían comiendo o echándose una pequeña siestecita.

Desde ahí pusimos rumbo a la Piazza Navona, que por un momento vimos totalmente diferente al domingo. El otro día, al estar empezando a llover había muchísima menos gente, era mucho más encantadora. Ayer, a esas horas y con todos los retratistas en el centro de la plaza, tenía otro ambiente mucho más agobiante. Como la fuente en la que teníamos pensado llenar nuestra botella estaba “abarrotá” decidimos irnos con la música a otra parte. Por callejuelas dimos con un museo que parecía interesante, pero no llevábamos suficiente dinero como para comprar dos entradas. “Lo  dejaremos para otro día”, dijimos los dos, total, estamos tres meses aquí y como tenemos que esperar visitas, preferimos pagar una vez en vez de dos. Por la ribera del río, con el paraguas abierto a modo de sombrilla y con el abanico trabajando más que en toda su vida, divisamos el edificio que albergaba el Ara Pacis de Augusto, un monumento dedicado a la paz imperial y que conserva toda su magia. Sobra decir que también lo vimos desde fuera, al igual que el Mausoleo de dicho emperador; unos porque cobraban entrada y otros porque estaban cerrados a cal y canto.

Lo de no llevar dinero encima no fue culpa nuestra, lo hicimos por una buena causa, dejando una señal en el hotel donde se hospedarán este agosto unas amigas españolas. Así, incautos e ingénuos de nosotros, no caímos en la cuenta de echarnos en la cartera algún que otro billete. Y si en un principio teníamos pensado volver a casa en bus o en metro necestaríamos por lo menos un euro para poder hacer el trayecto. Es por eso que ayer sólo entramos a lugares que no requerían entrada para visitarlos, no es que seamos unos agarrados (ejem, ejem...).

Tras dar varias vueltas por las inmediaciones del Ara Pacis dimos con la Piazza del Popolo, un lugar grandísimo, con bastante gente y mucho ambiente. Necesitábamos descansar un poco en la sombra, sólo a dos locos como nosotros se les ocurre dar un largo paseo, a las tres de la tarde, con pantalón oscuro y en sandalias. Tras sentarnos en un banco a la sombra y distraernos con la gente y los vendedores de rosas de la plaza y, sobre todo, descansar, reiniciamos nuestro camino por Via del Corso. Entre iglesias y tiendas llegamos finalmente a la Piazza di Spagna, con sol – a la tercera va la vencida – y entre turistas con botellas de agua y helados. La boca se nos hacía agua, pero debíamos hacer una cosa antes, se lo debíamos a nuestra profesora de Arte del Siglo XVIII. Ella nos dijo que la mayoría de la gente que acudía a esta famosa plaza, se hace la típica foto en los primeros escalones y ni se dignan en pensar que pueden subir hasta lo alto. Nosotros sí lo hicimos, y la verdad es que mereció la pena, porque las vistas desde ese lugar son impresionantes. Entramos a Santa Trinità dei Monti, ya que estábamos allí, por unos cuantos escalones más no íbamos a morir. Descubrimos una recoleta iglesia, con capillas recubierts por completo de frescos renacentistas, de artistas italianos, franceses y españoles para nuestra sorpresa. Desde la cúspide de la escalinata y por Via Sistina emprendimos la vuelta a casa, molidos y con los pies destrozados. Afortunadamente esa tarde no nos llovió, o eso creíamos, ya que al llegar a casa y cuando íbamos al supermercado empezó a llover, ya no creo que os sorprenda.


De esta manera, tras ducharnos, cenar un poco y leer un libro (Melania con su Tormenta de espadas y yo finiquitando mi El amargo don de la belleza) caímos redondos en nuestras respectivas camas, sin duda uno de los mejores momentos de ayer.


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