miércoles, 10 de julio de 2013

De templo en iglesia

Queridos lectores:

Como diría Forrest Gump: “La vida es como una caja de bombones”, nosotros decimos que Roma es como una caja de bombones, con sitios espléndidos y a cada cuál más dulce. Ayer, aunque la lluvia hizo también acto de presencia – empiezo a pensar que en el avión se equivocaron y nos dieron billete para Inglaterra – descubrimos rincones con mucho encanto. Tras una pequeña discusión entre los dos y el mapa por ver dónde estaba la Piazza Colonna, dimos con la columna Antonina y con el Palazzo Montecitorio. Para ese entonces hacía un sol de justicia, o como dirían los murcianos un “sol gitano”. Tras adentrarnos por callejuelas dimos de sopetón con el antiguo Templo de Adriano, en una pequeña plazoleta y con un imponente pórtico columnado. Tras algunas fotos y recargar las botellas de agua en la fuente más cercana (porque nosotros no gastamos en agua que para eso sale muy rica y fresquita de cualquier fuente de Roma) seguimos la Via Burro hasta llegar a la Plaza de San Ignacio. Decir que nos quedamos con la boca abierta es quedarse corto, en las diapositivas e imagenes que nos a tocado estudiar este año te imaginas una plaza pequeñita y con edificios muy juntos, nada mas lejos de la realidad, aunque si es verdad que no es tan grande como otras plazas de la ciudad Sant Ignacio tiene ese algo pintoresco que te atrae al primer vistazo. Si accedes a la iglesia de San Ignacio lo primero que atrae tu mirada son los frescos que el Padre Pozzo realizó para los jesuitas. Cuando la sorpresa se disipa y comienzas a recorrer toda la iglesia te das cuenta de lo grande que es en realidad, de la teatralidad de la composición y de los ricos materiales con los que está realizada, caracteristicas barrocas que se ajustan perfectamente a esta construcción. Nuestra siguiente parada fue el Panteón. De un espacio barroco pasamos a uno clásico. Nuestra visita al Panteón fue lenta y un poco agobiante por el gran número de visitantes que como nosotros no querían perderse este famoso monumento, por ello quiza no pudimos disfrutarlo tanto como hubiesemos deseado. Con sabor agridulce continuamos nuestra visita en Santa Maria Sopra Minerva. Esta joya medieval se encuentra tras el Panteón (lo que en muchos mapas no queda reflejado) y palió, en cierta manera, nuestra decepción anterior. En cuanto pones un pie en su interior te ves imbuido en un cielo estrellado iluminado por multitud de vidrieras coloreadas, a cada paso el templo esconde algún secreto: un poco de Bernini por aquí, una obra de Miguel Ángel por allá y al fondo, en una capilla privada, una obra de Fray Filippo Lippi que brilla por sí sola. 

Contentos y muy animados decidimos que pese a los nubarrones que se acercaban nos podríamos acercar un ratito a Piazza Navona. Escenario de infinidad de películas, nos atrapó con su encanto pese a las nubes de tormenta que se avecinaban. Cansados y mojándonos un poco, porque eso de llevar chanclas cuando llueve no es muy sensato, pasamos por Piazza di Spagna sin detenernos a disfruarla, otra vez, ya que el sabado cuando la visitamos llovía a cántaros, y esperando a que a la tercera vaya la vencida cogimos el metro hacia casa.


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