domingo, 23 de octubre de 2016

Cos'è la panna?

''¿Qué es la nata?''. Seguro, todos nos sorprenderíamos si alguien nos pregunta qué es la nata. Todos lo sabemos. Si fuese un extranjero que no conoce la palabra, sería normal. Pero... sería muy raro que alguien que no lo fuese nos planteara esta pregunta. Pues bien, ahora entenderéis porqué esto ha sido para mí uno de los mayores halagos que me han hecho en Roma... y en mi vida.

Era domingo, una de esas soleadas y preciosas jornadas romanas cuyo aire da gusto respirar. Había venido a visitarme un amigo, que estaba pasando el fin de semana en mi casa. Ese día lo llevé de nuevo a conocer más la ciudad a través de mis ojos romanos. Y a la hora del mediodía le mostré Campo dei Fiori para comer en las cercanía, cuando nos dirigimos a una placita encantadora y resguardada. No conocía ningún restaurante allí, así que escogí uno que me pareció adecuado, a decir verdad, sin pararme demasiado.
Cuando nos estábamos acercando a esas mesas de madera tan acojedoras y habituales en el paisaje romano, la camarera, de unos 27-30 años, vino a recibirnos. Tenía la piel blanca, al igual que sus brillantes dientes que ofrecían una preciosa y cálida sonrisa a toda la plaza. Era de melena corta y negra. No morena, negra. Tenía esa belleza romana que tanto anhelo y tanto temía anhelar en mi futuro de aquellos tiempos. Esa belleza completa. Esa belleza que te atrapa con la vista y te rinde con palabras y gestos.
Me había alejado un poco de Campo dei Fiori en dirección a una zona más urbana en busca de una cocina más pura y menos 'turística' para que mi invitado saborease los sabores propios y, por supuesto, para mí también. En mi dictadura de anfitrión, no le dejé opción a mi acompañante y le pedí yo mismo una pizza (ni mucho menos se quejó de la elección). Para mí, iba a pedir el menú que ofrecían, pero dudaba entre varios platos. Y, en uno, no conocía el significado de uno de los ingredientes, la panna. ¿Qué sería eso? Así que pregunté a la camarera. Su respuesta fue una mirada sorprendida y un poco enfadada, acompañada de un ''stai scherzando?'' (''¿Estás bromeando?''). Enseguida comprendí que pensaba que la estaba vacilando. Sin embargo, lejos de sentirme mal o preocupado, solo pude sonreir y sentirme enormemente feliz y orgulloso. Pensaba que era romano!
Le expliqué mi situación y, luego de reirse y decirme que, efectivamente, pensaba que la estaba vacilando, me dijo lo que era la famosa panna y bromeamos acerca de nuestro mal entendimiento. ''Yo pensaba, pero cómo va a haber alguien que no sepa qué es la nata?'', me dijo. No llegué a decirle gracias, pero sin duda se lo merecía.
Ya podían haber preparado el plato de cualquier manera que, para mí, ya era especial.


Esta historia es tan simple y compleja, tan detalle y tan historia a la vez, es una de mis favoritas. Me recuerda lo que es Roma, lo que es su gente. La alegría de vivir y interactuar cada segundo con la ciudad y su gente. El encanto inigualable de la dulzura y, a la vez, fuerte carácter de la mujer romana. Me recuerda... que soy uno de ellos.

domingo, 12 de junio de 2016

Tocando Roma por primera vez

El día en que conocería Roma. Volaría hacia lo que tanto había esperado y por lo que tanto me había esforzado. Recuerdo aquel día a la perfección; lleno de hasta luegos, lleno de pensamiento, lleno de ganas. Cero nervios, había dormido y comido como cualquier otro día. Ante las grandes ocasiones, la fuerza por aprovecharlas es mayor a todo. Sabía que a partir de ese día mi vida cambiaría por completo.


Ya en el aeropuerto, tuvo lugar un encuentro muy especial, el primero con un romano. Un hombre que trabajaba en Santiago pero tenía a su familia en Roma, a la que iba a visitar.
En la cola para embarcar, me vino a preguntar algo acerca del DNI. Noté su acento y le pregunté de dónde era. Al responderme, el pobre hombre comenzó a enfrentarse al que seguramente fue el mayor interrogatorio de su vida. Por suerte, él también parecía interesado en mi historia, lo que nos envolvió en un diálogo que amenizó la espera. Durante aquellos instantes que compartimos, la ilusón no se borró ni un segundo de mi rostro. Él no tenía ni idea de lo que ese momento suponía pero, para mí, era muy especial. Pensaba: ''en verdad estoy camino a Roma!''.

Una vez en Fiumicino, empezó ya desde el minuto uno esa continua superación de obstáculos que Roma te pone y que tanto me ha hecho crecer. Acompañaron la situación un montón de primeros encuentros. La primera chica romana, mi primera conversación larga en italiano, la primera vez que escuché una bronca de una mujer romana (qué belleza!)...
Me fui de allí sin mi maleta, sin saber si la recuperaría y con un retraso importante. Pero... aquél viaje en taxi! ¿Puede haber algo más mágico? Gente de Roma... otro primer encuentro, ese taxista fue el primer romanista que conocí. Hablamos de la ciudad y del equipo y me aconsejaba sobre la vida en la Capitale mientras pasábamos entre las maravillas de la noche romana  que él me iba explicando y mostrando. Mi primera visión de Roma. Deseaba pararme en el tiempo durante ese trayecto. La imagen de Santa Maria Maggiore con su belleza nocturna y con mis ojos de aquella primera vez.
Recuerdo perfecamente que me decía ''todo ha merecido la pena. Incluso, si todo se redujese a este viaje en taxi, habría merecido la pena''.


Y, entonces, llegué al que a partir de ese momento, sería mi hogar. El chico que bajó de ese taxi... no podía ni imaginarse todo lo que Roma le daría.

lunes, 9 de mayo de 2016

La huella de la felicidad

Es difícil expresar el enorme vínculo que nos une a Roma. Aunque los meses sigan pasando y continúe lejos de ella, cada día me levanto y tengo la sensación de que es el siguiente al dejarla. De que ayer estaba y de repente, hoy ya no. Y ese hondo vacío, esa tristeza en la mirada, esa cercanía de sentimiento, me acompañan siempre. Quizás esto pueda explicar esa unión.

El tiempo, el calendario, marcan cada vez más lontananza. Pero solo ellos lo hacen. Y es que, pese a que al estar lejos tenga esta pesada losa, llevarla es un orgullo. Representa lo especial y única que es la ciudad eterna.
Recuerdo que estando en Roma, cuando caminaba por la calle, miraba a mi alrededor y pensaba en lo feliz que me hacía dar cada uno de mis pasos en el lugar al que mi corazón pertenece. En la felicidad que me aportaba el simple hecho de dejar mis pisadas en la ciudad que amo, en mi ciudad, en Roma. Una sensación maravillosa.Y pensaba en lo afortunado que era.
Reflexionando sobre ello, se trata de un acto de auténtica autorrealización. De una destacable relevancia. El encontrar tu sitio. Algo que no todos tienen la suerte de alcanzar en sus vidas.
Como con todo, si es en Roma se multiplica por diez.

Y es esto lo bello de ser romano, el sentir la conexión y la pasión por tu ciudad hasta en tus propias pisadas al andar. El sentir un gran vacío cuando estás lejos. El vencer incluso al tiempo, sintiéndola tan cerca mientras él la aleja. El caminar por sus calles y dejar tras de ti una huella de felicidad.

Aunque la mayor de esas huellas, la deja Roma en ti.

domingo, 13 de marzo de 2016

Desde Rusia con amor

Cuando me preguntan qué es lo que más me gusta de Roma, con qué me quedaría, qué es lo mejor de la ciudad, mi respuesta es siempre la misma, su gente.
Y, teniendo en cuenta la ciudad de la que hablamos y la indescriptible belleza que nos deja de incontables formas, esta respuesta obtiene especial grandeza. Y no albergo la mínima duda en ella. Pues los romanos me han demostrado cada día que esta es la respuesta justa.
Uno de los miles ejemplos, me lo dejó una noche maravillosa luego de un partido de la Roma en el Stadio Olimpico.
Fue un día especial dentro de la rutina especial que es vivir en Roma. Era domingo, hacía un día estupendo y el equipo jugaba el último partido de la temporada con los objetivos ya cumplidos. Así que los tifosi íbamos al Stadio a celebrarlo y a darle nuestro agradecimiento a la squadra.
Cuando finalizó el partido, yo puse rumbo a Piazza Mancini entre la gran belleza de caminar por la noche romana y atravesar bajo las estrellas el Tevere. Allí cogería un taxi para volver a casa, sin embargo cuando llegué no había ninguno y no sabía el número de teléfono para pedirlo. Había salido tarde del Stadio y disfrutado del camino, así que la mayoría de tifosi ya habían cogido su coche o algún medio para ir a casa.
No me dio tiempo ni a pensar en la solución cuando miré hacia atrás y vi a una pareja, un chico y una chica ambos con la bufanda romanista. Les pregunté si sabían dónde coger un taxi, porque aquí ya no quedaba ninguno. Sorprendidos, miraron de un lado a otro la plaza diciendo: ‘’aquí tiene que haber alguno’’.
Cuando los tres comprobamos que, efectivamente, no quedaba ninguno, me dijeron que no me preocupase, que había un número al que llamar y que vendría allí a por mí. Pero cuando saqué mi teléfono para apuntarlo, se miraron y sin que me diese tiempo de apuntarlo él me dijo: ‘’ven con nosotros, vamos a Termini, allí habrá seguro’’. Ella me dijo que cogerían un bus cerca hacia la estación, que fuésemos juntos. Noté un acento especial en su voz, no era italiana. Contentísimo, acepté la invitación y partimos juntos. ‘’Porque eres romanista eh, si llegas a ser de la Lazio te dejábamos aquí’’, bromearon. Estaba en mi salsa.
Durante el trayecto, conversamos. Él era muy alto, rapado y con barba. Ella, rubia platino de ojos claros. Eran pareja, y detrás de esta había una historia fantástica. Resulta, que ella era rusa, de San Petersburgo, y romanista como la que más! Seguía a la Roma de toda la vida, y cuando jugaba por Europa iba a menudo a verla. Y así lo hizo en la visita del equipo a Rotterdam para enfrentar al Feyenoord el febrero del año pasado. Una salida además muy tensa por los destrozos que los holandeses habían causado en Piazza di Spagna semanas antes. A esa visita no faltó tampoco él. Allí, en ese ambiente hostil, se conocieron y desde entonces no se separaron. Ella se fue a vivir a Roma e iban cada domingo al Stadio.
Me quedé perplejo y sobretodo encantado ante la historia. Yo les conté la mía, un romano gallego, y romanista. Menudo encuentro!
Pero la sorpresa fue en aumento cuando él me comenzó a explicar que conocía Galicia, a los celtas y su legado. Que sentía especial interés e incluso había estudiado algo de gallego, un idioma que quería aprender a corto plazo. Me preguntó algunas cosas y me demostró que efectivamente lo había estudiado un poco.
Y es que, no solo resultaron tener a la Roma como punto en común, ambos eran fervientes amantes de los idiomas. Él había conseguido prácticamente dominar el ruso en los pocos meses que llevaban juntos y ella, el italiano.
Pasamos todo el trayecto disfrutando de aquella maravillosa casualidad, conversando de nuestra pasión por la Roma, por la ciudad, de nuestros caminos hasta llegar a ella… pero este camino se hizo muy breve, el tiempo  había volado y estábamos en Termini.
Allí, me acompañaron casi hasta la puerta del mismo taxi y nos despedimos.
Cada instante que pasas en Roma sientes un orgullo por la ciudad y su gente que, en ocasiones como esta, se hace todavía mayor y más especial. Lo más maravilloso de estas ocasiones es que se repiten constantemente. Aún si, en ciertos casos, vengan desde Rusia.