lunes, 9 de mayo de 2016

La huella de la felicidad

Es difícil expresar el enorme vínculo que nos une a Roma. Aunque los meses sigan pasando y continúe lejos de ella, cada día me levanto y tengo la sensación de que es el siguiente al dejarla. De que ayer estaba y de repente, hoy ya no. Y ese hondo vacío, esa tristeza en la mirada, esa cercanía de sentimiento, me acompañan siempre. Quizás esto pueda explicar esa unión.

El tiempo, el calendario, marcan cada vez más lontananza. Pero solo ellos lo hacen. Y es que, pese a que al estar lejos tenga esta pesada losa, llevarla es un orgullo. Representa lo especial y única que es la ciudad eterna.
Recuerdo que estando en Roma, cuando caminaba por la calle, miraba a mi alrededor y pensaba en lo feliz que me hacía dar cada uno de mis pasos en el lugar al que mi corazón pertenece. En la felicidad que me aportaba el simple hecho de dejar mis pisadas en la ciudad que amo, en mi ciudad, en Roma. Una sensación maravillosa.Y pensaba en lo afortunado que era.
Reflexionando sobre ello, se trata de un acto de auténtica autorrealización. De una destacable relevancia. El encontrar tu sitio. Algo que no todos tienen la suerte de alcanzar en sus vidas.
Como con todo, si es en Roma se multiplica por diez.

Y es esto lo bello de ser romano, el sentir la conexión y la pasión por tu ciudad hasta en tus propias pisadas al andar. El sentir un gran vacío cuando estás lejos. El vencer incluso al tiempo, sintiéndola tan cerca mientras él la aleja. El caminar por sus calles y dejar tras de ti una huella de felicidad.

Aunque la mayor de esas huellas, la deja Roma en ti.