Entre un éxtasis y un martirio: Trastevere, ¿algún lugar más?
Y vuelta a la oficina. Otra semana que ya estamos en lunes y el fin de
semana se nos ha pasado volando. Parece mentira que el otro día estuviésemos
tirados a la bartola en un parque leyendo nuestros libros y escuchando nuestra
música, disfrutando el paisaje y distrayéndonos con las personas que pasaban por
delante nuestra.
Pero antes que eso nos trabajamos el día. El viernes, tras comer con
nuestros compañeros de trabajo, nos fuimos hacia el Trastevere. Hecemos unas
compras de rigor – las compras siempre son de rigor y necesarias... – y decidimos
visitar algunos lugares que todavía se nos habían resistido en esa parte de la
gran urbe que es Roma. En Trastevere te puedes encontrear casi cualquier cosa,
desde un éxtasis hasta un martirio, sí sí, habéis leído bien. No estamos locos
(de momento) ni somos parte de ninguna secta, sino que el pasado viernes
acudimos a ver una de las obras imprescindibles del genio de Bernini y otra del
gran Stefano Maderno. Ambas grandiosas de por sí y envueltas en una atmósfera
mágica, que invita a la contemplación y que recuerda lo vulnerable que es el
hombre.
Según entramos en la iglesia de San Francesco a Ripa, entre capillas
ornamentadas por las familias que están enterradas allí, casi como si fuese una
típica iglesia de pueblo, con todo el encanto que ello conlleva, nos vimos
inmersos en un ambiente totalmente diferente al que se respiraba en el resto
del templo. Y es que al contemplar frente a frente la efigie de la beata
Ludovica Albertoni, algo dentro de tí te dice: esto sí está tocado con la mano
de algún dios. La expresión de éxtasis místico, los perfectos pliegues de los
ropajes, la cadencia de las manos intentando sujetar algo de esa alma que se
escapa por la boca... así se siente uno al contemplar tan magnífica obra,
arrobado, y sólo se puede comparar esta visión del mármol hecho carne con lo
que dijera algún día Teresa de Ávila:
“Vivo ya
fuera de mí
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puse en él este letrero:
que muero porque no muero”
Y siguiendo nuestra ruta por el Trastevere, hicimos otro alto en el camino
para contemplar otra estatua hecha carne, la de una mártir que quedó inmortalizada
por Stefano Maderno. Santa Cecilia in Trastevere, una basílica custodiada por
monjes benedictinos y que custodia uno de los interiores más bellos de cuantos
poseen las basílicas de Roma. Con un atrio convergente en una alberca y con una
fachada que recordaría a los tiempos medievales, el interior se presenta con un
ambiente totalmente distinto al que se esperaría encontrar. Iglesia amplia y
diáfana, focalizando la atención del fiel en el altar mayor y en su mayor
tesoso, Santa Cecilia se presenta desde lejos como una masa marmórea casi sin
forma, pero según vas acercándote te das cuenta de la crueldad y la delicadeza
de su figura. La santa patrona de la música, aparece inherte e el suelo, de
lado y con la cabeza vuelta dejando ver el tajo en el cuello. Una imagen
impactante, pero a la vez bella. Es difícil explicarlo con palabras, se tiene
que vivir en propia persona, darse cuenta de la fragilidad de su cuerpo y de la
delicadeza de su postura.
Sin duda, un día muy productivo, que mereció la pena sólamente por ver
estos dos destellos de luz en un marco inmejorable. Y es que el Trastevere
encierra todas estas cosas y más que iremos desvelando a lo largo de nuestra
estancia en Roma. Yo no me lo perdería, ¿y tú?
Éxtasis de la beata Ludovica Albertoni, Gian Lorenzo Bernini. San Francesco a Ripa.