La Roma de ayer y de hoy. ¿La misma u otra diferente?
Roma, esa ciudad de la que hemos oído hablar desde que somos niños, Roma, esa ciudad desde donde un águila se hizo con
todo un continente, Roma, la ciudad donde el tiempo se convierte en eterno y
desde donde la eternidad se irradia hacia el resto del orbe. Muchos son los que
se han quedado prendados de su esplendor y de su magnificencia, de su sencillez
y a la vez de su altivez. Desde esta ciudad se ha dirigido el mundo ya fuera
bajo las plumas de una dorada águila o bajo los destellos dorados del triregno
papal.
Pero a pesar de que la rueda de la diosa Fortuna se dirija hacia otros
países y ciudades, Roma sigue siendo la misma que fue en su época de esplendor.
Ya no hay procesiones de vestales, ni juegos en honor a los emperadores, ni
cabalgatas para honrar a reyes extranjeros que rendían pleitesía al Sumo
Pontífice. Ahora hay mucha más gente si cabe, en los mismos lugares y en otros
nuevos. Los portaestandarte que desfilaban en las procesiones se han
convertido en pacientes guías que enseñan la ciudad a cuantos vienen a
visitarla; el Foro está repleto de caminantes que pasean entre las ruinas de lo
que antaño fuera el centro del mundo, contemplando los restos de magníficas
construcciones que se mantienen en pie, orgullosas que aun desvestidas sigan
siendo la joya más preciada de la ciudad. Los peregrinos que alguna vez acudieron a
los templos de las deidades olímpicas, sustituidos por los devotos cristianos
desde tiempos del Augusto Constantino, son los únicos que todavía perviven tal
y como antaño. Pero les han salido miles de sanos competidores que vienen
devotamente para visitar la Fontana di Trevi, la Piazza di Spagna, el Ponte
Sant’Angelo... Los senadores, los garantes de la supervivencia de la urbe
romana, a veces honrados y preocpados por su ciudad, y a veces despreocupados y
rapiñando lo que se le pone al alcance... Eso, eso sí que no ha cambiado en
Roma.
Todo esto pasa en Roma, una ciudad que conservará su esencia por muchos
años que pasen. Y allí estaremos nosotros, esperando impacientes a ver esa
monotonía tan apasionante.
Fotografía: "La sabiduría", Palazzo Braschi, Roma.
'Esa monotonía tan apasionante' Espero que podamos encontrarnos 'siempre' en Roma para formar parte de ese mono-tono... y formar parte de este coro de vidas y voces.
ResponderEliminarA mí también me encontraréis en esa gozosa espera... Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarMuy cierto, Isabel, creo que has captado muy bien el alma de Roma, su constante renacer, ese milagro diario del retoñar que invita al constante regresar. Por ejemplo, ahora que entra el otoño... Roma, ciudad eterna, la ciudad del eterno retorno.
ResponderEliminarAbrazos