Cuando me preguntan qué es lo que más me gusta de Roma, con
qué me quedaría, qué es lo mejor de la ciudad, mi respuesta es siempre la
misma, su gente.
Y, teniendo en cuenta la ciudad de la que hablamos y la
indescriptible belleza que nos deja de incontables formas, esta respuesta
obtiene especial grandeza. Y no albergo la mínima duda en ella. Pues los
romanos me han demostrado cada día que esta es la respuesta justa.
Uno de los miles ejemplos, me lo dejó una noche maravillosa
luego de un partido de la Roma en el Stadio Olimpico.
Fue un día especial dentro de la rutina especial que es
vivir en Roma. Era domingo, hacía un día estupendo y el equipo jugaba el último
partido de la temporada con los objetivos ya cumplidos. Así que los tifosi
íbamos al Stadio a celebrarlo y a darle nuestro agradecimiento a la squadra.
Cuando finalizó el partido, yo puse rumbo a Piazza Mancini
entre la gran belleza de caminar por la noche romana y atravesar bajo las
estrellas el Tevere. Allí cogería un taxi para volver a casa, sin embargo
cuando llegué no había ninguno y no sabía el número de teléfono para pedirlo.
Había salido tarde del Stadio y disfrutado del camino, así que la mayoría de
tifosi ya habían cogido su coche o algún medio para ir a casa.
No me dio tiempo ni a pensar en la solución cuando miré
hacia atrás y vi a una pareja, un chico y una chica ambos con la bufanda
romanista. Les pregunté si sabían dónde coger un taxi, porque aquí ya no
quedaba ninguno. Sorprendidos, miraron de un lado a otro la plaza diciendo:
‘’aquí tiene que haber alguno’’.
Cuando los tres comprobamos que, efectivamente, no quedaba
ninguno, me dijeron que no me preocupase, que había un número al que llamar y
que vendría allí a por mí. Pero cuando saqué mi teléfono para apuntarlo, se
miraron y sin que me diese tiempo de apuntarlo él me dijo: ‘’ven con nosotros,
vamos a Termini, allí habrá seguro’’. Ella me dijo que cogerían un bus cerca
hacia la estación, que fuésemos juntos. Noté un acento especial en su voz, no
era italiana. Contentísimo, acepté la invitación y partimos juntos. ‘’Porque
eres romanista eh, si llegas a ser de la Lazio te dejábamos aquí’’, bromearon.
Estaba en mi salsa.
Durante el trayecto, conversamos. Él era muy alto, rapado y
con barba. Ella, rubia platino de ojos claros. Eran pareja, y detrás de esta
había una historia fantástica. Resulta, que ella era rusa, de San Petersburgo,
y romanista como la que más! Seguía a la Roma de toda la vida, y cuando jugaba
por Europa iba a menudo a verla. Y así lo hizo en la visita del equipo a
Rotterdam para enfrentar al Feyenoord el febrero del año pasado. Una salida
además muy tensa por los destrozos que los holandeses habían causado en Piazza di Spagna semanas antes. A esa visita no faltó tampoco él. Allí, en ese ambiente hostil,
se conocieron y desde entonces no se separaron. Ella se fue a vivir a Roma e
iban cada domingo al Stadio.
Me quedé perplejo y sobretodo encantado ante la historia. Yo
les conté la mía, un romano gallego, y romanista. Menudo encuentro!
Pero la sorpresa fue en aumento cuando él me comenzó a
explicar que conocía Galicia, a los celtas y su legado. Que sentía especial
interés e incluso había estudiado algo de gallego, un idioma que quería
aprender a corto plazo. Me preguntó algunas cosas y me demostró que
efectivamente lo había estudiado un poco.
Y es que, no solo resultaron tener a la Roma como punto en
común, ambos eran fervientes amantes de los idiomas. Él había conseguido
prácticamente dominar el ruso en los pocos meses que llevaban juntos y ella, el
italiano.
Pasamos todo el trayecto disfrutando de aquella maravillosa
casualidad, conversando de nuestra pasión por la Roma, por la ciudad, de
nuestros caminos hasta llegar a ella… pero este camino se hizo muy breve, el
tiempo había volado y estábamos en
Termini.
Allí, me acompañaron casi hasta la puerta del mismo taxi y
nos despedimos.
Cada instante que pasas en Roma sientes un orgullo por la
ciudad y su gente que, en ocasiones como esta, se hace todavía mayor y más
especial. Lo más maravilloso de estas ocasiones es que se repiten
constantemente. Aún si, en ciertos casos, vengan desde Rusia.